Por Diana Cuevas
Foto: Edición 177 de Cuartoscuro dedicada a Baja California Sur. Portada de Miriam Bautista. Recuperada de https://revistacuartoscuro.com/ya-esta-aqui-cuartoscuro-177/
El trabajo de las y los fotógrafos reunidos en este número da cuenta de
una visión que emana de lo inconsciente, es íntima en diálogo y
testimonio del paisaje natural y social de Baja California Sur. El
presente texto se compone de dos apartados. Apela a dicha percepción
para habilitarla como un recurso que facilite el reconocimiento de la
otredad en la vida cotidiana como elemento indispensable para
interrelacionarnos en diversidad.
Por el magnetismo que atrae al ave migratoria se peregrina
hacia el mar, montaña abajo, en cita con la revelación. Ritual para el
gozo y la derrota. Con alas extendidas se advierte el silencio del árbol
centenario, se observa la flor salvaje en el páramo, se vibra con el
pulso de las olas y ruboriza la danza de la palmera al estallar el
ocaso. Volar, ni siquiera es cosa de pensarlo…
El entorno nos hace amantes de la percepción, en el delirio de esa
seducción pensamos renunciar al trabajo para dedicarnos a coleccionar
atardeceres. En Baja California Sur el paisaje llama. Es el discurso de
la otredad que confronta y se adhiere como el huizapol a la ropa.
La entidad con más litorales de la República mexicana posee un
paisaje neptuniano. En él predomina el mar, por un lado, del apacible y
cristalino Golfo de California, por otro, del profundo y vasto Océano
Pacífico.
La interpretación simbólica del elemento agua lo vincula, por lo
tanto, con los sentimientos y las emociones como mecanismos para conocer
el mundo, para relacionarse con otros seres y personas así como con la
creatividad y el arte como vías de expresión para trascender los
límites. Límites que no son sólido muro sino barrera orgánica
semipermeable, como la piel.
Un paisaje que no se deja aprehender, topos donde se
intersectan la despedida y el encuentro, la mancha urbana y la
naturaleza, el amanecer y el atardecer, la rotación estelar y la efímera
presencia humana como especie dominante.
Bifurcaciones fuente de mitos creacionales, desplazamientos
migratorios, deidades, rituales, narraciones fantásticas que incluyen
espejismos, guerreros, amazonas, marineros y sirenas. Si una canción
refleja parte de dicho trayecto es Costa Azul[1]:
Costa Azul tropical,
California, mujer indolente.
Es tu cielo tan ardiente
y tu suelo fecundo y sensual.
Bañada por la ola rumorosa,
al beso de ternura espiritual.
Semeja la sirena que reposa
arrullada por los cánticos del mar.
Tus perlas y el coral,
tus mares de cristal, oh,
tierra eres visión lejana
y crepuscular.
Sultana occidental abanicada
por la gentil palmera regional,
por la gentil palmera regional.
En busca del otro, en el abundante desierto donde llueve sol hasta quemar el alma: La subcalifornidad en el finisterra del siglo XXI
Propongo el uso de subcalifornia, es decir, Baja California
Sur de inicios del siglo XXI o aquello en que ha devenido por el oleaje
de la neoliberalización como una categoría para narrar las vidas de
quienes aquí habitan cotidianamente.
Prefijo “sub” se refiere a lo que está en un nivel inferior, que
difícilmente se ve por los poderosos. Pero que es, al mismo tiempo,
efecto de la administración de la naturaleza y las personas como
“recursos” para figurar en los mercados internacionales.
Su uso se despliega, por ejemplo, a través del clamor colectivo a la
protección ecológica del delicado equilibrio ambiental. Por eso no es
casualidad que la lucha ciudadana organizada más importante de las
últimas décadas defienda las sierras, principales fuentes de agua dulce,
de la mega minería metálica así como a las playas del despojo por parte
de urbanizaciones turísticas e inmobiliarias.
En subcalifornia también existen los viajes a través del tiempo, como cuando enciendes la radio o entras al bar y suena Saturday Night Fever de los Bee Gees, Heart of Glass de Blondie, Roxanne de The Police o el himno Hotel California de The Eagles, evocación del esplendor turístico de la segunda mitad del siglo pasado.
El de aquella época en que Baja California Sur era zona fronteriza y
recién se habían inaugurado el Aeropuerto de La Paz, la carretera
transpeninsular y los transbordadores marítimos que conectaron a la
entidad con el macizo continental y norteamérica. Reminiscencias
subcalifornianas que contrastan en el nuevo siglo con la dinámica de las
ciudades turísticas y sus periferias urbanas.
Pero, si “en Baja California Sur las personas son blancas, hablan
inglés y viven cerca de la frontera”, aseguraba un joven en mi último
viaje a la Ciudad de México. Aquí la población originaria fue
prácticamente exterminada durante la colonización española. La distancia
con la frontera estadounidense abarca un día completo manejando en
automóvil sobre la lengua de tierra peninsular.
Referirse a la población local implica mencionar que casi la mitad de
sus habitantes nació en otra entidad, casi dos veces más que el
promedio nacional. Una traducción de esta condición quizá pueda
proporcionarla la frase: Migrantes en el finisterra.
La migración local tiene sus particularidades. La población ranchera,
descendiente de los primeros españoles y la escasa población nativa
asimilada, permaneció en las serranías gracias a pequeños oasis donde
practicaron la agricultura y la ganadería de subsistencia. En tanto que
la población comerciante y política-militar se asentó principalmente en
los puertos.
Fue en la segunda mitad del siglo pasado que Baja California Sur se
perfiló predominantemente hacia el turismo, con la entrada masiva de
capitales y población necesaria para la construcción de los complejos
turísticos y sus servicios, en la maquila agrícola del noroeste así como
en la academia, de los recién creados centros de investigación. No
olvidemos dentro de este mosaico a la población extranjera residente en
el territorio, estadounidense y canadiense mayoritariamente.
Una respuesta al desplazamiento de la población local ha sido la
discriminación hacia la población migrante empobrecida, que
responsabiliza a las personas de otros estados de la precarización
social y el aumento en los índices de delincuencia.
Ignorar que los flujos migratorios están relacionados con procesos
sociales, económicos y culturales conlleva el aferramiento a la
identidad como defensa al extraño y al temor de perder el estatus quo.
La propuesta desde la subcalifornidad reconocería como motor de la
migración la búsqueda de mejores condiciones de vida desde los orígenes
de la humanidad.
Por lo que un pilar indispensable en la coexistencia social es el
principio de interculturalidad basado en el respeto de las diferencias
culturales existentes, teniendo en cuenta que las culturas pueden ser
diferentes entre sí pero igualmente válidas.
Desde la ocupación de la península por las primeras poblaciones
humanas, seguido del asentamiento español apuntalado en el sistema
misional hasta, finalmente, la subcalifornia del siglo XXI, los
habitantes se las han agenciado para sobrevivir en un entorno lejano y
agreste. Coexistencia de tiempos sobre algo que permanece: el paisaje.
Miramos al paisaje, pero éste nos esperaba hace miles de años con el
signo de los pobladores de la Edad de Piedra, con la niebla que
resguarda la cañada de los primeros rayos de sol y que regresará como
exhalación de ballena gris, para recordarnos insistentemente el llamado a
la otredad.
Advertirlo. Abrir la puerta a la percepción. Abandonarse
al instante. Sólo somos un instante. Un instante completo… que acaba de
pasar.
[1] Letra de Margarito Sández Villarino y música de Luis Peláez Manríquez. Isáis, J. y J. Vázquez (2016). Luis Peláez Manríquez y la enseñanza musical sudcaliforniana (pp. 102-103). Ciudad de México: Instituto Sudcaliforniano de Cultura (ISC).
Fotos: Presentación de la revista e inauguración de exposición fotográfica en el Museo de Arte de Baja California Sur (MUABCS) el 6 de septiembre de 2023. Foto periodista Pedro Valtierra, Miriam Bautista, Diana Cuevas y Victor Caballero, Director del Instituto Sudcaliforniano de Cultura (ISC). Tomadas de Facebook, difusión ISC.